Sin percatarme, acuciada por ese miedo imperceptible, aceleraba el paso para salir, lo más pronto posible, a la carretera que me llevaba al parque, allí, la amplitud del espacio daba más seguridad pues era muy corriente encontrar otros paseantes acompañados de sus perros.
Dada esta explicación, el caso es que, temerosa y todo, caminaba tras la perrita con una demostración de valentía bastante creíble, cuando al esconderse tras unos arbustos mientras olisqueaba en la ribera del canal, comenzó con un suave gruñido que, lentamente, se convirtió en ladridos de enfado o de temor (de eso no estaba muy segura) y, desde lejos, vi como adoptaba una postura defensiva.
La llamé repetidas veces pero el animalito sin hacerme caso, continuaba con sus gruñidos lo cual me hizo pensar que había encontrado algo no muy de su gusto. Al llegar a su altura y buscar entra las hierbas el motivo de su enfado, me quede anonadada.
En la orilla del canal surgía una mano que, a mi me pareció intentaba agarrarse a la hierba y, desdibujada bajo el agua, pude contemplar lo que parecía la cabeza de un hombre, por supuesto de un cadáver medio hundido en las aguas.
En un principio, el aturdimiento me paralizó, pero inmediatamente, el terror que se apoderó de mí pudo más que la sorpresa y, agarrando a la perra, eché a correr hacia nuestra casa como alma que lleva el diablo.
Al llegar, los timbrazos y los golpes en la puerta despertaron a mi amiga que, asustada, me llevó a la cocina donde preparó un té que me obligó a tomar casi a la fuerza mientras yo intentaba aclarar mis ideas para dar una explicación razonable de los hechos.
—Has asustado a todo el vecindario —me dijo un poco molesta por mi actitud.
Allí la gente no acostumbra a dejarse llevar por sus impulsos, es más mesurada que en España, pero al decirme estas palabras observé desde nuestra ventana de la cocina, como la vecina de enfrente atisbaba a través de los visillos de la suya, cosa que me enfureció más todavía. Lo que yo había visto no era una tontería ni una broma, era un cadáver y así se lo hice comprender a mi amiga.
—Hay que llamar a la policía —fueron sus palabras al ser consciente de la seriedad del asunto.